martes, 23 de diciembre de 2008

Pétalos

Sobre todo cómo sonreías bajo la lluvia.
Y las veredas inundadas.
Y esas estatuas grises sobre el Congreso.

Antes:
tu cuerpo desnudo
deshaciéndose
en pétalos entre mis dedos.

domingo, 14 de diciembre de 2008

Sin que contestes

No puedo pensar mucho.
Vomito desde la mañana.
Tu ausencia se siente en el teléfono
que
suena

inconsecuente

en otra habitación sin que contestes.

Más tarde.

Dejarte ir con el crepúsculo

Hasta que ya no puedas respirar.
Y la espuma de la mañana
se vuelva niebla fluorescente entre tus dedos.
Para desandar mi lengua por tu espalda
en lentas ráfagas perdidas.
Arrastrarme alucinado en tu sexo
llegarte con el viento
un mediodía que sepas
que podés al fin dejarte ir con el crepúsculo.

viernes, 12 de diciembre de 2008

Y tus ojos

Y ahora de que me sirven
estos brazos
y estas nubes que vienen
a reírse en mi balcón?

Como hago para que me digas
que en realidad las flores no existen
y que no hay espacios vacíos
entre los ladrillos
de la medianera de enfrente.

Y el cigarrillo rueda por mi escritorio.
Señales de humo que nadie ve.
Y tus ojos?

Vos

Quiero la razón de tu cuerpo desnudo
al borde del verano
con manos que corran locas por tu piel
Y que la noche
se nos vuelva besos.
Bocas, bocas como adoquines
o flores amarillas.
Que me arrastre un viento enloquecido
hasta que solamente
vos
puedas decirme en tus labios
las cosas que no entiendo.

lunes, 8 de diciembre de 2008

Junto a las ramas desnudas

Para qué cerrar los ojos
y dejar de ver los vidrios partidos de la noche?
Las palabras son
la raíz de un tallo oscuro.
Cada baldosa
esconde el suspiro
de una canilla que se cierra
en una habitación cualquiera.
A merced de la lluvia
miro las estatuas verdes en las plazas.
Y se me aprieta el corazón
con tanto bronce inútil.
La risa la dejamos adormecida
y se olvidó nuestro nombre.
Acaso alguien,
cuando el verano se convierta
en Abril marrón y amarillo
lo recuerde
junto a las ramas desnudas.

martes, 25 de noviembre de 2008

Los mosquitos

Fabián había bajado por la calle que llevaba al puerto esa noche. Hasta hace poco, el río había estado muy alto. Esto, sumado al calor, hacía que la cantidad de mosquitos fuera realmente considerable. No había ningún lugar de la ciudad. Ningún patio ausente de este flagelo cotidiano.
La luna flotaba amarilla en el cielo a esa hora. Las flores inundaban un Noviembre partido de brisas ausentes y de miradas que se pierden lejos buscando un remolino por las glicinas.
Y sobre todo, la certeza del final del año. Del final de la vida. Los pensamientos que persiguen como la sombra inefable de un sueño.

No era ajeno a esas cosas quien bajaba ahora las escaleras del puerto. Y se acercaba al borde del muelle a mirar el agua.
El ruido de algunas noches es a veces tranquilizador. Las hojas sacudidas por un viento tenue. El cigarrillo en la mano derecha, y entonces, una colilla atraviesa el espacio rauda.
El círculo del humo se ha cumplido.

Afuera estaba muy bien. Siempre las veredas van dibujando frases y se posan en los labios y en los ojos párrafos enteros que nos veda la consciencia.
Había visto. Había olido. Había hundido las manos en mirarla. Ella desviaba la vista de pronto. La volvía a mirar. Sonreían. No importaba qué fuera lo que él quería decir. Ya era tarde. Para siempre.
Cuando entonces abrieron la puerta. Y el verano les reventó en la cara como una bomba de tiempo

Los mosquitos hacen siempre un buen trabajo - le dije.
Sí, a veces soy como los mosquitos - respondió.
La miré mientras se alejaba.
Eso fue todo.

viernes, 14 de noviembre de 2008

Heridas en las sillas

A R. que me hizo extenderlo
Son vorágines,
fuegos fatuos,
racimos
de realidad absurda.
Entra por la rejilla del baño,
nadie sabe.
Hay heridas en las sillas
que desangran las palabras.
Y hay olor a muerte rondando mi ventana.
Esta noche,
se sumergen mis palabras en las alas de una mariposa negra.
Por cada beso partido,
por cada vez que una baldosa me dijo algo.
Y no quise escuchar
la queja inútil de mis pasos por la calle.
Solamente pude dejar de mirar tu sombra
en cada espejo, en cada esquina.

domingo, 2 de noviembre de 2008

Un día normal (Canción)

Me levanto en la mañana
es un día normal.
Afuera en la avenida
el ruido y la ciudad.
No tengo ya mi cuerpo
sino alas de cristal.
Las sombras ya se han ido
no sé adónde andarán.

Y dejé atrás
los edificios.
Y pierdo los prejuicios.

Pasan oficinistas
con traje y celular,
los miro con envidia,
saben adónde van.
Los días y las horas
las paso sin pensar.
El tiempo se me escapa
hacia ningún lugar.
Después termino el día,
me voy a descansar
pensando que mañana
será un día normal.

Y dejé atrás
los edificios.
Y pierdo los prejuicios.

Vidalita del litoral

Vidalita linda del litoral
ya ha llegado el tiempo.
Para que me digas vidalitay
dónde se va el viento.

Vidalita linda del litoral
que me estás trayendo
lo que el gaucho piensa vidalitay
yo quiero ir sintiendo.

Vidalita linda del litoral
cuando me haya muerto
tirame al río vidalitay
junto a tus lamentos.

Vidalita linda del litoral
yo te llevo adentro
clavada en el pecho vidalitay
junto a mi silencio.

jueves, 30 de octubre de 2008

Señal inequívoca

Desafío la tristeza de los naranjos a la orilla del verano,
y soy como un muro vacío de cal y de revoque.
Entre tanto se aglutinan las nubes
en círculos concéntricos de ráfagas de lluvia.
Reloj devenido en fantasma,
sepulturero de las formas.
Amortecida la sonrisa de tus labios,
sirena fatal de lengua endurecida.
Las pupilas se estiran al compás de mis pasos.
Con letra despareja
veo trazado tu nombre,
señal inequívoca de que partiste en la niebla.

viernes, 24 de octubre de 2008

Yo era entonces la sombra

La espuma de la tarde se va volcando por los rincones.
Adormecido en sus manos,
el viento gris rasca las persianas con sus uñas largas.
En la silla dejaste algún recuerdo
de esos que lloran las manos con silencio.
Y nadie vino a mirarte
la vez que los jacarandaes se volvieron música celeste
que inundaba los adoquines
y las veredas partidas de pisadas incesantes.

Yo era entonces la sombra.
Vos eras después el aire.

sábado, 4 de octubre de 2008

Mirada de niños

Una niña me mira fijamente
su mirada
paraliza el humo de la parrilla.
Desaparece;
la arrastra la espiral enloquecida de la noche.
Qué me espera
detrás de mostradores de niebla
si todo lo que hay
es barro y flores muertas?

A las calles desembocan los ríos
de la humanidad inmunda
trayendo
desde
departamentos
casas
y ranchos
su multitud de lacras y podredumbre.

Desde un rincón
nos mira el niño
que fuimos descuartizando con los años.

miércoles, 1 de octubre de 2008

Sueño despierto

Y qué importa
si la ventana
se me llena de llovizna?
Me miro de pronto al espejo:
hace varios días
que sueño despierto.

Sobre los autos

Me desangro en mil acequias
tristes de silencio.
Retumba la aurora
y el viento
es una llaga desnuda
escondida en los rosales.
A medio metro de cada árbol
hay una página que ha escrito un muerto
con el rocío
sobre los autos
bajo el cielo de Junio.

lunes, 29 de septiembre de 2008

Y si sonrieras

Un montón de besos
como hojas de otoño en la vereda.
Poder abrazar el remolino de tu cuerpo.
Vestirte y desvestirte de sombras
temblando entre mis dedos.
Y que creas que soy capaz
de volverme humo de recuerdo
frente a tus ojos.

Y si sonrieras
así como te sonríe la noche
entre mis libros
con tantas ganas
de robarte esos labios.

lunes, 15 de septiembre de 2008

Acordarse

Por la ventana la ciudad se volvía
niebla amarilla y opaca
que manchaba las cortinas.

Y la resaca llegaba desde el río
con el resto vencido del desagüe de las cloacas.

Hubiera bastado recordar mi nombre
para decírselo a un árbol al oído.

Por la grieta de la puerta

Como la plaza sin árboles
como el desengaño de un jazmín del país
frente a la primavera.
El ciego resplandor de la tarde
se va amontonando despacio
en grupos aislados de luz y sombra.
El reloj de la plaza
está cubierto de pétalos con forma de pestaña.
Por la grieta de la puerta
el crepúsculo.
Diminutos rayos de un sol que agoniza.
Y hay un perfume de magnolias
colgando del tendedero
donde chorrea un vómito negro de agua sucia.

domingo, 14 de septiembre de 2008

Máquina de la memoria

Cuando Ignacio pensaba en Tracy se le inundaba la boca de un gusto amargo. Y así había empezado todo. Con otro gusto amargo entre ellos. Y la sonrisa falsa. Y el abrazo fingido.
Cuando esa tarde se vieron de verdad con otros ojos. Octubre era un espasmo de flores nerviosas y de noches que se volvían elásticas entre besos y pinceles.

Casi todos los domingos, Tracy nos visitaba. La invitábamos a tomar unas cervezas, y a reír un poco. Y cómo lo necesitaba. Después de todo, las cosas tampoco eran fáciles para ella.

Ignacio había hecho un cuadro de una mujer con la cara blanca y el pelo negro. Casi como Tracy. Excepto por un detalle que había dejado escapar. El lunar del lado izquierdo del rostro.
Una tarde mientras lo miraba en silencio se dio cuenta, y lo pintó inmediatamente. Ahora era toda Tracy. Como un signo terrible de lo que después iba a ocurrir.

Para variar, un día decidí que nos juntásemos un viernes a la noche. Y todo cambió.

El odio, el amor, el desencanto, la frialdad, el rencor, la culpa. Tantas cosas pueden convivir juntas en la mente de alguien. Y se modula el comportamiento a razón de estos y más elementos. Como si fueran las reglas para armar un reloj cucú que se vende en varias piezas por la televisión.
Sobre todo la soledad. Al fin y al cabo estar solo puede llegar a tornarse desesperante si uno no puede mantenerse en silencio, justamente para no escucharse. Así era Tracy. Sola. Tan sola que daba pena a veces verla emborracharse o escucharla contar de cómo no se acordaba la forma en que volvió a su casa la noche anterior por todas las pastillas que había tomado.
Ignacio se reía con ella, y eran por momentos, los tres ficticiamente felices. Después cuando Tracy se iba y quedaban solos, venía la parte de los llantos y los discursos de Ignacio desde la mecedora.
Al principio todo era por supuesto más divertido. Y él estaba cansado. Cuando le preguntaron si el lunar era el de Tracy, respondió inútilmente que no. Era tan evidente como el sol de la mañana para el trasnochado cuando olvidó salir con los anteojos.

Cada tarde que pasé repitiendo su nombre como un mantra, mientras apretaba colillas contra el cenicero. Y esta parte de mí que aún no entiende por qué las cosas tuvieron que darse de esa forma.
Pero ya no quiero volver el tiempo atrás. A pesar de que siento su ausencia como un montón de hojas secas de Abril amontonadas en la vereda.
Recuerdo cuando sonreía, con el maquillaje corrido y a mí se me caía el cigarrillo.
Las buenas mentiras pueden hacernos tan bien, que nos dan ganas de dejar bien lejos las malas verdades. Todo de pronto se vuelve un remolino, y en este momento es casi como si la viera, ahí, por el medio de la vereda levantándose el vestido rojo, mostrando su sexo a la luna y a mí, sorprendido pero no menos fascinado. Si pudiera Tracy, si pudiera de verdad esta noche abrazarte como entonces, y simplemente oírte decirme feliz cumpleaños. Qué diferente sería todo si hubiera podido decirte muchas menos cosas de las que te dije. Si hubiera podido morderme los labios y hacer de las palabras un silencio que se perdiese en tus besos.
Ahora no importa, pero tu sombra forma parte de cada uno de mis desvelos. A veces tengo tantas ganas de ir a golpearte la puerta. Sé que no sirve para nada, ni siquiera podría encontrar las palabras de tenerte otra vez en frente.

Tracy se servía otro vaso de cerveza mientras Ignacio bailaba en el patio con una escoba. Ellas no están locas - pensó - el único loco acá soy yo. Y lo miraban a través de la ventana y sonreían. Viernes que se iba disolviendo entre los vasos, el humo y el ruido de la radio escupiendo tangos con interferencia.

No quiero perder ningún detalle en mi memoria. Trato de dar manotazos a los recuerdos y es imposible. No puedo evitar que se vayan desvaneciendo. Fechas, lugares, suspiros y silencios se me van perdiendo a cada paso.
Cuando estabas en el hospital y yo leía Borges al lado de tu cama. Y me pedías que te leyera Poe en esas largas noches de verano sin sueño.
Lo que recuerdo también es la luna por la ventana de su habitación. La ventana que daba al oeste. El atardecer que alguna vez torpemente le pinté para que pudiera recordar ese otro que nuestras cuatro pupilas registraron.
Hay demasiados minutos en un día, y retener cada minuto se me hace imposible. Pero estoy seguro de poder señalar con exactitud el lugar de esa vereda de la calle Artusi donde fue nuestro primer beso.
A veces me detengo ahí y pito mi cigarrillo largamente, yendo hacia atrás. Arrancándome de este presente donde Tracy es sólo un recuerdo, o una visión fortuita desde adentro de un bar.

Marqué tu número una vez más, como otras tantas veces. Esta vez estabas tan lejos, quién sabe dónde. Y parecía ayer que habíamos estado en esa plazoleta triangular, besándonos bajo la lluvia.
Y sin embargo, cuánto tiempo hacía ya desde que te quité por primera vez la ropa en la terraza.
Escuché que me decías ‘Hola’ y colgué el teléfono. Qué hubiera podido decirte en este momento? Cuando sé que todo lo dejaste muy claro la última vez que hablamos. Un mediodía hace mil años.

Tracy se dejaba llevar por el remolino del vodka y los psicofármacos. Ignacio la miraba mancharse la cara con rouge mientras intentaba maquillarse borracha. Tracy reía, y el reía también. Con una risa ácida llena de las cosas que se callan.

Hoy pasé temprano por la calle donde vivía con ella. Estaba la ventana abierta, y miré hacia dentro. Fue tan triste ver nuestro cuarto sin muebles, la casa vacía y enterarme más tarde que se alquilaba. Un pedazo de nuestras tres historias latía en esa casa, la de ella, la de Tracy y la mía. Un triángulo de lados absurdamente desiguales que se encontraron varias noches de invierno.

Ignacio miraba con sorna el atardecer y apuraba un mate amargo. La radio hacía sonar estruendoso un chamamé en el aire dominguero y saturado de resaca y malos recuerdos de la noche anterior. Ella dormía, no iba a hacer otra cosa.
Cuando pensaba en ella siempre se sentía molesto, había algo que le apretaba el cuello. Una corbata ajustada, demasiado ajustada, puede ser una buena descripción.
Cuando Tracy llegaba, la casa se transformaba en un bar. Las luces bajaban, el alcohol corría generoso. Y un humo espeso se cernía sobre las tres cabezas que bebían a veces en silencio, a veces intercambiando escasas risas y palabras.

Nos bastaba el silencio. Y saber que no estábamos solos. Después de todo, el tiempo nos fue arrancando las máscaras. Y ella se dio cuenta de todo. Y yo empecé a mirar a Tracy más a los ojos que de costumbre.

Hubiera preferido las cosas distintas. De otra manera, y que Tracy se hubiera alejado. Y ella y yo, tal vez hoy… Pero no sirve, intentar pensar tan lejos. Ahora la noche es toda mía como una prostituta con las piernas abiertas. Sin embargo el silencio de mi teléfono confirma que en realidad siempre estuve solo.

Yo las pensé, las imaginé posibles fragmentos de mí mismo recorriendo el éter. Y acaso mi mayor error fue creerlas humanas. Ni ella, ni Tracy ni ninguna.
Después de todo, esta noche apago el cigarrillo del recuerdo, y destruyo para siempre esta implacable máquina de la memoria.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

Un perro nos mira

Me pongo a contarme un cuento.
Entre risas que no escucho
por detrás de un árbol un perro nos mira.
Como una mesa sin una pata,
rengo
en mitad del aguacero de las noches
lejanas de mirarte.

Trabajosamente masticando
un pedazo de papel
que tiene tu nombre mil veces
escrito.

Trash 7

Te reías a los gritos.
Yo apretaba mi silencio entre el vaso y la boca.
La espuma
se reía en mi cara.

viernes, 29 de agosto de 2008

El poniente de los días y las noches

Cuando miro la mañana
se me desborda
un pedazo de pan entre los dedos.
La sonrisa de una mujer
y el sol que pega de lleno
en los ojos.
Tal vez un sueño,
decorados temporales del alba.
Pero qué importa?
Si podemos perdernos
en el delirio violeta
de las primeras luces.
Hasta que las manos
cansadas como de caer las hojas del otoño
finalmente
alcancen
el poniente de los días y las noches.

Espero

Desde más acá del crepúsculo
la niebla se vuelve más espesa.
Con mi silencio todo a cuestas
intento la travesía del sueño
y acaso
de la muerte.
Como chorreando por las paredes,
como la espuma de un vaso de cerveza que se desborda
por tan poco.
Sólo la breve inclinación.
Y sin embargo cuánto en esa sutileza.
Los pinos verdes del ocaso
reverberan toda la sombra última de la tarde.
La medianoche puede ser pronto una certeza.
Pero espero.

Me siento a recodar

Me siento a recodar
cada letra marchita que se hunde en el poniente.
Como un mensajero solo
a la deriva de la distancia.
Para decir tu nombre, todas las palabras
se vuelven inexactas.
Y yo me arranco lentamente la noche
de la piel ficticia
de esta helada que cae sobre los campos,
una lluvia de metamorfoseada nieve sudamericana.

En la otra orilla
están tus labios.
Y toda el ansia que entra en la botella de los días.

Así la oscuridad va dando vueltas despacio,
un trompo cansado
en el infinito patio del tiempo.

miércoles, 27 de agosto de 2008

La deriva de la noche

Tiro la colilla
y acierto de lleno
en la cortina blanca.
La brasa
se estrella sin sonido
contra el suelo
y miro un niño
que espero no se convierta
en alguien como yo.
Esta soledad es tan perfecta
como la mañana
cuando se descascara
en lentas horas
como humo de relojes.
La deriva de la noche
es toda mía
y no me alcanza.

domingo, 17 de agosto de 2008

Trash 6

Tu cuerpo sobre el mío
la tremenda desesperación
de tu sexo entre las sábanas.

En el cajón

Te traje
estas ramas secas
esta hojarasca.
Me diste el tiempo
en una botella
y tu mirada
cansada
de desengaño.

Aquí vengo a dejar mis manos
señorita.
En el cajón
que tenga el gusto de tus labios.

Tres latidos por pitada

Corazón
escucho la banda militar
en la plaza San Martín.
Respiro toda la tarde desde el horizonte.
No me pidas que cierre los ojos.
No puedo,
sangran.
Suspira el árbol marchito
lágrimas de cemento enrojecido.

Y no hay calma.

Solamente un corazón
y tres latidos por pitada.

Despedida

De pronto no pude volver a cerrar los ojos.
Sofía dormía como si nada al lado mío. Apenas se filtraba un poco de luz por debajo de la puerta.
Las inútiles luces de un domingo sin sangre, en la calma estúpida de los narcóticos. Y yo sabía todas esas cosas, que mi tiempo era breve, que el doctor, los estudios - todos hechos a escondidas de ella - Porque reconocerme enfermo y moribundo era debilidad.
No estaba dispuesto a negociar mi dignidad. Así que rehusé tratamientos e internaciones.
Al pasar el tiempo, algo así como seis meses desde que Alfredo me había dado su diagnóstico, empezaron los desmayos. Los llamo así, pero en ningún momento tengo pérdida de conciencia, solamente me veo imposibilitado de cualquier tipo de reacción motriz. Mi cuerpo, no se paraliza contraído, espásticamente sino que se detiene en seco. Una huelga repentina de mis músculos que se niegan a hacer actuar los desesperados impulsos eléctricos desde mi cerebro que intenta evitar lo que sin duda será un viaje sin escalas al piso.
Entonces lo siento otra vez, desde los tobillos hacia arriba todo se va apagando, y no puedo gritar, ni pestañar, ni agitar los brazos.
Sofía empieza a preocuparse, dice que tendría que ver a un doctor, pero yo con mi testarudez acostumbrada respondo que debe ser la presión baja y este calor y humedad horribles. Por lo pronto, trato de consumir drogas la mayor parte del día, para evitar el dolor que empieza a sentirse como un ejército de cucarachas devorándome las entrañas.
A veces siento mucho frío, entonces me aprieto el brazo e introduzco suavemente la aguja. La sensación es tan dulce cuando la siento subir por mis venas hinchadas y podridas. Aunque sonrío. Sonrío con una sonrisa estúpida y caigo de costado, apenas con el tiempo suficiente para desprenderme la jeringa vacía del brazo.
Hoy cuando me desperté, Sofía estaba hablando por teléfono y lloraba. No le di mucha importancia y me volví a dormir. Después de todo, es sólo un tiempo más el que me queda.
A veces lamento el dejarla sola tan pronto. Justo cuando parecía que podíamos llegar a estar tan bien. Ella que seguía trabajando maravillosamente con su cámara, y yo que pude vender unos libretos de teatro bastante mediocres a precios razonables.
Ya no puedo escribir, casi un párrafo por semana de esta página sucia que va registrando los pocos momentos lúcidos que me permito para anotar mis ideas cada vez más vagas y más lejanas de todo lo que ayer me rodeaba como una guirnalda fatal.
Alfredo me dijo hoy que la metástasis es casi total. Así que hay que apurarse. No quiero que Sofía me vea como una planta que se va quedando de a poco sin hojas.
Me acuesto boca arriba por un momento, miro las manchas de humedad en el techo. La luz amarilla del único foco de la pieza es una iluminación acorde con este momento.
Sofía esta sentada en un rincón, con la cabeza entre las rodillas.
No le veo la cara desde donde estoy. El pelo negro y lacio le cubre el rostro por completo. De vez en cuando, una pequeña mano se pierde en ese laberinto negro.

Sofía se levantó, miró a Daniel a los ojos y le dijo que Alfredo ya le había contado todo. Daniel la miró sorprendido, tal vez alcanzó a levantar la mano derecha para cubrirse cuando el calibre 38 detonó frente a su rostro y todo se apagó despacio con ese olor a pólvora del aire y la sangre caliente que le manchaba la camisa gris.

jueves, 14 de agosto de 2008

Pensando

Estoy pensando
mientras por la ventana
miro jazmines.

miércoles, 13 de agosto de 2008

Haiku

Todo el invierno
yéndome a la deriva
de los recuerdos.

Vuelan los calendarios

Se me vuelan los crepúsculos
las fechas
los calendarios cargados
de días sin tu nombre
en la cocina
en el espejo del baño
mi mirada fija
incesante.

Moneda de tres caras

Me siento una gota en el viento,
un racimo inmenso
de oleadas oscuras
de soles que queman en las manos,
de laberintos,
sinusoides
y el revés absurdo
de una moneda de tres caras.

martes, 5 de agosto de 2008

Te buscaron mis ojos en la plaza
y me llevé la boca cargada de silencio.

(Pero cómo el beso de una mujer puede cambiárlo todo.)

Mirando la calle

Estuve un buen rato sentado en el banco.
Pasaron chicas feas, chicas lindas.
Chicas gordas, chicas flacas
Y no pensé en vos.


Y me sentí amplio
como un eucalipto
mirando la calle.

domingo, 3 de agosto de 2008

Las palomas en el cable del teléfono

La forma en que Ana iba a ejecutar su propia muerte, no parecía importarle esa tarde.
Abrió las ventanas, estiró el cuello hasta sentir el viento del noveno piso en su naricita fría.
Arriba de la mesa de luz, estaba el cenicero repleto de lágrimas grises que simulaban ser colillas y ceniza.
Mientras se vestía miraba el espejo, sus ojeras, el maquillaje de la noche anterior como una máscara rota después de la fiesta de disfraces.

Ana tenía veintisiete años en la espalda. Por poco que se notara, la sonrisa se le asomaba al pensar que la suma daba nueve.

El sol la tomaba por los hombros y el verde de la plaza abrazaba sus tobillos. El respaldo del banco sostenía entonces su pequeña espalda.
A lo mejor la risa era sustancia celeste, como le gustaba decir, en tardes que ya no se parecían a esta, por final y pensada desde hace tanto.
Respiró todo lo que pudo y volvió al departamento, después de jugar con los infaltables perros que dominaban el lugar.

Ya en el sillón, miraba en silencio su vaso de whisky, atrás un disco viejo le traía esas guitarras del Flaco en los 70s. Todas repeticiones de un instante, pensó, haciendo sonar el hielo al dejar el vaso ahora vacío sobre la mesa de vidrio.

Apretó la colilla en el cenicero limpio y reluciente. Subió el cierre de su vestido rojo. Se miró al espejo.
Sin furia, sin tristeza, sin felicidad fingida y simplemente en calma, dobló su dedo índice hacia dentro.
Y el estruendo final, hizo que volaran las palomas que estaban posadas en el cable del teléfono.

sábado, 2 de agosto de 2008

No puedo alcanzarte

De nada sirve, lo se.
Diluir la tinta espesa del recuerdo
con la espuma agria y repugnante
de una cerveza caliente.

Y que yo mire a la distancia
por calles que otra vez...
Pero qué importa,
si al final...
El recuerdo sigue como un tatuaje mal hecho.
Y yo no puedo alcanzarte
aunque estire los brazos.

viernes, 1 de agosto de 2008

Silbando un tango viejo

Para que servirá que recuerden mi nombre
los bancos de una plaza con palmeras?

Las servilletas dobladas de la tarde
se van muriendo una detrás de la otra.

Y yo me reconcilio con las paredes
que se empeñan en reflejar
mi cara de espantapájaros atropellado.

Serpenteando el arrabal
la vi a mi sombra un día
silbando un tango viejo,
al pasar un árbol.

La tarde que cerraste la puerta

Alguna vez una sonrisa manchó el verde musgo de la tarde idiota que me devolvia la ciudad. Yo bajaba siempre por las mismas calles, con el mismo contrapunto de silencio en la boca y el pucho rendido de humear entre mis dedos.

Y sin embargo
aquella luz fluorescente
de las carnicerías
se empeñaba en dos guiños cómplices
por encima
de la carne mutilada y sanguinolenta.

Cerca del río es donde se respira el mejor aire. Con olor a monte y agua dulce. Los ríos me recuerdan el tiempo, indudablemente, desde aquél filósofo a esta parte.

Quisiera arrancarme los ojos despacio
para no ver ni las estrellas
ni la noche
ni el hueco
ni los papeles desordenados
la tarde que cerraste la puerta.

jueves, 31 de julio de 2008

Y yo sólo pensé en tus manos

Me miré al espejo y no me reconocí.
Tal vez fuera demasiado tarde.
Tal vez pudiera remontar la agonía
terrible
de la tarde con un par de labios
que encontré debajo de la lluvia.

A lo largo del silencio
mi sombra me preguntó
quién soy ahora.

Y yo sólo pensé en tus manos.

miércoles, 30 de julio de 2008

Jazmines reventados

Voy a escribir mis manos
con la sangre del crepúsculo
dispersa toda
entre mis dedos de alambre.
Amarilla flor,
asco de respirar
la tenue brisa nocturna.
Sombras que vienen
detrás de las paredes.

Y entonces mirarte
con el aire tonto
de jazmines reventados.

Y que me mires
con la boca llena
de niebla rojiza y muda.

La vajilla por la ventana

Tendría que tirar
la vajilla por la ventana
y que sean tus ojos
dos gotas de cálido cemento

Y sea tu cuerpo un laberinto
de huesos tercos
y carnes sigilosas.

Como podría ignorar
la ciencia oculta del silencio
y de tus besos?

Sin acaso vivir
del olor a musgo vencido
que te olvidaste
alguna vez, en un libro.

martes, 29 de julio de 2008

Trash 4

en una cama repleta de tabaco y ceniza
ella se quita la ropa
yo la miro de espaldas
los amantes en mi mente se entrelazan
en la cama sucia.

viernes, 25 de julio de 2008

Silencio

Me vuelvo vanamente invisible.
Recorro miasmas de ciudad,
las luces se escurren de los dedos.
Las sombras en los tejados
me recuerdan la luna inmunda
gravitando sobre mi cabeza.
El aire tiene gusto a madreselva.
Aspiro la noche como un desesperado
dejando mi piel por las veredas.
No sonríen las ventanas,
negras están en las cornisas del barrio.
Áspero silencio que viene
con el humo de mi cigarro.
A lo lejos un auto,
su ronroneo inútil a la distancia.
Voy desembarcando de mí mismo
en la penumbra, despacio.

jueves, 24 de julio de 2008

Me voy

Para qué mirar inútilmente una foto vieja?
Temer que pueda ser cierto que después de todo,
lo que nos queda son solamente gotas de lluvia
sobre las pestañas cansadas.
Pero qué importa?
Si en verdad nada de esto ocurre más que dentro de tus besos.
Ese lugar que me aleja de la lluvia
y donde la ciudad inmensa se desvanece.
Tanta distancia insoportable
que tendría que saltar,
saltar por la ventana una vez más.
Quiero sentir el viento
desordenándome el pelo mientras caigo.
Después un momento de oscuridad repentina.
Silencio. Silencio.
Un dolor agudo.
Ruido de ambulancia.
Ya no importa. Ya no importa.
Me voy.

lunes, 14 de julio de 2008

Trash 3

Tenes el rouge por toda la cara.
Cierro los ojos
la brasa del cigarrillo
me quema la pierna.
Apenas siento tu respiracion,
un vomito atroz que se desangra en las cortinas.

Trash 2

Desnuda sobre la cama.
Todo el amanecer sobre tu espalda.
Mientras desde el charco de orina detras de la puerta
un espejo sin ojos
nos mira a los dos sonriendo.

viernes, 11 de julio de 2008

Trash

besos
escuchando Velvet Underground
tirados en la alfombra
empastillados
y que no importe nada.

martes, 8 de julio de 2008

A pesar

La multitud inútil de los pensamientos
y los latidos a contramano del silencio en un vuelo
de tu risa estrellándose contra la paredes.
Si fuera posible remontar tus labios en un beso momentáneo
y ver descolgarse las telarañas de la miseria
en alguna calle sin luces
cuando la madrugada destella algodón y desengaño de niebla.
Quién pudiera rendirse a la infinita vorágine de tu cuerpo
abriéndose como una magnolia a pesar del rocío de Julio
y de tantas palabras que este viento no alcanza a llevar a tus oídos.

lunes, 7 de julio de 2008

Máquina de la memoria.

Llueve todo el recuerdo de tus besos.
Se inunda de tiempo la noche
entre mis dedos
que inútilmente buscan los tuyos.
Siento el pecho hundido y vacío como un cuenco.
La ausencia de tu piel
es la distancia pérfida hasta tus ojos.
La vigilia constante
de los rumores del viento
mientras los árboles en el horizonte negro
dicen tu nombre
en un lento y triste murmullo
que se apaga
cuando cierro los ojos
y late la trabajosa
máquina de la memoria.

lunes, 30 de junio de 2008

Pausa oscura

Hay niebla hasta decir basta.
Por qué sonreís mientras te miro a través del salón?
Enmudecer con el recuerdo
de tardes hastiadas de tus besos.
Ahora que la noche
me ahoga en tu sombra
y hay una pausa oscura
una fuga lenta
un dejarse ir despacio.
Yo venía cansado del delirio fucsia de tu abrazo.
Como una puerta mal cerrada
a la seis de la tarde.

jueves, 26 de junio de 2008

Las horas

las horas son ese corredor oscuro y elastico
que me encuentra atravesando
la tarde toda llena de desvelos
y sin embargo hay un punto del crepusculo
que no me resigno a perder de vista
aunque todo el silencio del mundo
pueda entrar entre tus ojos
y mis palabras se pierdan irremediablemente.

lunes, 16 de junio de 2008

La carta

Acabo de leer tu carta. Una vez más. Sí, esa, la primera y la única que me escribiste. Y me parece tan grande el tiempo y tan lentos los años, que al leerla sentí que en realidad estabas muy lejos. Esto por supuesto, también es cierto. Y si bien no nos hemos visto desde hace mucho, al mismo tiempo tengo los recuerdos bien frescos.

También pensé en Juan, y en todas las cosas que ocurrieron y que no debieron haber ocurrido. Como nuestro primer beso. Ese viernes gastado de Octubre plagado de ceniza de la memoria.

Pero ocurrió, como ocurren las cosas inevitables, como ocurrió lo de Juan.

Después de leer la carta recordé que fue también un viernes, pero al mediodía que me tocaste el timbre y cuando salí me dijiste que Juan se había matado la noche anterior. Solamente pude abrazarte y te pusiste a llorar. El velorio, Juan ahí tan muerto y nosotros dos con tantas lágrimas. Al día siguiente yo tenía que irme de viaje. Y te dejé sola. Y él también te había dejado sola. Esto lo comprendí recién esta tarde.

Después los días fueron todos parecidos entre ellos. Y te visitaba, y llorábamos juntos. Cuántas de esas tardes y noches en que te veía me sentí muy triste. No tanto por Juan, si no por vos. Porque no era necesario hacerte ese regalo final tan macabro. Sí, no tendría que haberse suicidado adelante tuyo.

Los primeros meses, nadie te dijo nada. Un día te diste cuenta sola, pensando, revisando los recuerdos de los últimos días. Las cosas que te dijo esa noche. Y comprendiste. Recuerdo que estabas en mi casa y te pusiste a llorar y te fuiste. Y yo ya no lloraba más con vos, porque en esa época hacíamos el amor, y yo creía que eras también mi mujer. Porque aunque él se había ido, vos seguías siendo suya.

Era muy triste ver llegar la fecha cada vez, en la que te ponías taciturna y distante. Y yo sabía por qué era. Y me enojaba con vos en silencio. Con los ojos. Con los besos y las manos y mi sexo queriendo llegarte bien hondo para arrancar el rastro de otro. Desesperado por perpetuar la memoria de mi cuerpo en el tuyo.

Y un día, me escribiste esta carta. Esta carta que guardo en el cajón izquierdo de mi escritorio. Y ahora la releo y pienso en todo ese tiempo ahora tan distante y vacío. Me pregunto como se puede atravesar una ausencia tan grande. Pero vos al final, pudiste dejar las cosas atrás. Entonces leo tu carta otra vez y las palabras me van cortando la respiración. Tu letra ahí, tan desprolija y tuya que me hace verte.

Mientras tanto afuera, hay calles y plazas y toboganes para todos. Para los que pudieron evitar el silencio de un domingo que se sentía como una mochila de humedad de verano.

Ahora sólo puedo cerrar los ojos y volver a sentir tu boca mientras píto mi cigarrillo que es el último. Y las horas se van sucediendo implacablemente.

Tu vestido rojo el día de mi cumpleaños, el único cumpleaños de mi vida que festejé con vos. Tan otoño y estabas tan hermosa, tambaleándote borracha en la vereda con las sandalias en la mano. Y yo iba caminando de espaldas adelante tuyo, mirándote caminar y sonriendo mientras fumaba.

Tu carta la habías escrito antes. Y las cosas iban tan bien. Ya no hablábamos de Juan. Si no de nosotros. Éramos vos y yo y todo el tiempo del mundo para perderlo en besos.

Hasta que un día, me dijiste que no estabas enamorada de mí. Y eso fue todo.

Ahora leo tu carta y me pregunto si en realidad vale la pena tanto dolor y tantas palabras que se fueron con el otoño. Las palabras de tu carta. Las palabras de esta, mi última carta, que te escribo antes de también, como Juan, cerrar los ojos.

sábado, 7 de junio de 2008

La espera 2

Dejo resbalar el recuerdo en el respaldo de la silla.
El ansia tiene fecha de vencimiento esta noche.
Vamos a dar unas vueltas en esta margarita de alquiler,
que tenemos el tiempo amordazado en un beso.

La espera

hueco entre mis brazos
solamente para tu cuerpo
para que nos llegue la medianoche
mezclando besos con cigarrillos
y sentir otra vez
el gusto de tu piel en mis labios.

lunes, 2 de junio de 2008

Cinco cosas

1

Todo tiene un sabor extraño. Porque después de ella nada podía seguir siendo como antes. En ese antes tan gris y tan frío, los lugares comunes de la tristeza y todas esas cosas.

2

Calles, semáforos, avenidas, adoquines que nos vieron entrelazarnos una y otra vez en besos. Su sonrisa perdiéndose en la multitud del humo de la madrugada. Su piel reflejando la noche, la superficie desesperada. Su respiración y la mía, confundidas por el mismo viento.

3

Ahora las horas, cómplices en un momento y cadalso de otro. Horas como espacios vacíos y sin ruido hasta sus labios. Una montaña absurda de metros y soledades para llegar a sus ojos verdes.

4

Y sobre todo la memoria. Y ser capaz de que se haga un nudo en la garganta al pasar por una plaza. Porque está muy bien. Porque uno recuerda haber besado a una mujer en ese lugar. Y la memoria sabe, sabe a la perfección elegir el capítulo más hermoso. El mejor beso. El sentir su piel desnuda bajo mis dedos.

5

Solamente recordarla. Mientras se agiganta el día a mi izquierda y yo no quiero ver detenerse el reloj porque me he ido. Ni quiero que siga hasta volver a verla.

domingo, 1 de junio de 2008

Sosteniendo una pluma violeta

Tendria que decir tantas cosas una mañana como esta... Podria hablar de la forma que tiene para morderse los labios. Como sostiene el cigarrillo cuando fuma. Sus uñas preciosas. La timida seda de su piel recorrida por mis manos desesperadas. Los besos que se rompian en mil pedazos contra los adoquines, las esquinas y las colillas.
Incluso si recuerdo bien puedo sentir su boca ahora mismo. Pero no su boca, si no la sensacion de que su boca estuvo ahi. Mordiendo alrededor de la mia con infinito cuidado, besando, respirando.
Hasta hablar de sus manos seria posible en este fragor de lucha entre mi cansancio y las palabras que se escapan.
Pero mejor, mejor no decir nada y sosteniendo una pluma violeta en la mano derecha, cerrar los ojos y dormirse.

miércoles, 28 de mayo de 2008

Recién

recién mientras el viento me cortaba la cara pensaba en vos
y recordar tus labios me sumergía en el laberinto azul que llaman sueños.
yo que estaba tan lleno de soledades dispersas,
de muros de ciudades.
del gusto a oxidado que tienen las tristezas viejas y el desengaño.
pero viniste vos
y me abriste la puerta.

domingo, 25 de mayo de 2008

Es el tiempo

Nos gustan las repeticiones. En un parecido. Unos aros. Un par de ojos. Un nombre inevitable.
Y mientras tanto, la ciudad late bajo nuestro, como un inmenso pulmón ignorado.
Late en besos y silencios y mediasombras inútiles.
Late a pesar de que se rompa la magia como una tela de araña entre mis dedos amarillos y con olor a tabaco.
Acaso tu perfume.
Acaso el vapor del vino en mi mirada cansada.
Y sin embargo... Sin embargo es siempre el tiempo mordiéndome los talones. Arrancándome sonrisas a fuerza de enterrarme vivo en cada minuto que pasa.

jueves, 15 de mayo de 2008

Entre los dedos de Mayo

Era la noche
toda partida de silencio
Y de tu ausencia en el teléfono.
Las horas,
esa masa gelatinosa y escurridiza
se resbalaba por la pared.
Mis ojos en vano intentaban encontrarte
mirando por la ventana a lo lejos.

Arrabal último,
descenso inclemente a la penumbra de tu abrazo.
Mujer, ya te me vuelves humo
entre los dedos de Mayo.

viernes, 9 de mayo de 2008

Este caminar que tengo (Zamba)

Entre las sombras se agita
el ruido triste de una flor.
Cálida de estrellas tirita
la noche en su resplandor.

Yo sentí el peso de ausencia
ayer por primera vez.
Cabalgando un lento ricuerdo
que no se anima a correr.

Con este caminar que tengo
me ha costau el alma entera
pa' que la copla amarga que traigo
se salga al fin pa' juera.

Cuando me pongo a pensar
en las cosas que he vivido
agradezco a mi destino
de eterno caminador.

Hallar la paz en la huella
que se va dejando atrás.
El sol me grita "adelante!"
y ansí me pongo a rodar.

Prosa Otoñal

Pasó Abril y no me dí cuenta.
Abrir por primera vez los ojos en tus besos. Un Viernes que no hubiese valido nada, de no ser por los jazmines.
Hundirme después en tu cuerpo fue un viaje por supuesto más largo. Cargando la cifra que puede soportar cualquier tarde. Resolviendo la derivada infinita del deseo.
Sentir que puedo rendirme, inclemente, a mis imaginaciones.
Pensarte en las tardes. A la hora final del día que a veces me regala tu presencia y tu cuerpo desnudo entre las sábanas.
Y sobre todo intentar inútilmente arrancar tu nombre del espejo.
Tu sombra, obstinada como ella solamente sabe, hace que te regale una flor en sueños.

Haiku

Fría la noche.
El corazón, caliente.
Abril perfecto.

Callada compañía

Revolver tachos
de noches inmundas como el silencio.
Apago el cigarrillo.
Tomo otro trago.
Sin decir palabra.
Sonrío.
Me besás el brazo
mientras escribo esto.
Tu callada compañía
alcanza el mundo.
Sé que me mirás.
Siento tus ojos sobre mí.
Dejo de escribir.
Te adivino sonriendo
de reojo acaso.
Y te beso.

lunes, 5 de mayo de 2008

Despertar dormido

Amanece en los portones de mi barrio,
una brisa desigual de glicinas y topacios.

Flor madrugada de esperas
te fue mostrando el silencio
de una casa a lo lejos
de sentirse en otro lado.

Perderse despacio
en el color inútil
de la mañana que reverbera
a través de distantes aullidos
de gallos y perros.

Es lo mismo romper el silencio.
La gema abrupta de un grito.
La herida que sangra,
el puñal,
el precipicio.

Cierro los ojos de la noche
inmensa por tanto frío.
Para abrirlos al alba.
Para despertar dormido.

En las tardes

Cualquier atardecer de Domingo es doloroso. Ver las luces de las calles que se encienden marcando la hora casi final del crepúsculo.
Hacia el oeste, un hombre en llamas despierta otro lado del mundo.
La operación inversa del alba.
Se complican hacia el final las tardes. Y la luz eléctrica no nos alcanza para simular que sigue el día.
Hay algo que se rompe.
Algo antiguo en el corazón del hombre que indica que terminó el día.
Algo que hace sonreír o llorar según se lo encuentre.

jueves, 1 de mayo de 2008

La mujer que creía en los unicornios

1

Es increíble como cambio de nombre dijo ella y sonrió. Sonrió como quien cree en todo y a la vez no cree en nada. Me acuerdo que estaba todo lleno de niebla y la vi. Con su camperita de lana negra apurando el paso por el boulevard.
La seguí de lejos, fumando en silencio. Ignorando quién era, su nombre y su destino.
Sé que esa noche la niebla era propicia para seguir sin sentido a una mujer, en silencio, por un boulevard vacío.
Me acerqué rápido, adelantándome un poco a ella. La miré de reojo. No hubo otra mirada entre nosotros que esa perdida en la oscuridad, como sin querer. Como son las buenas miradas.

2

Pensé tantas cosas después de esa visión primera. Y entretenía mis caminatas nocturnas recordando el sonido de sus pasos.
Cerré los ojos la noche anterior.
La niebla y su silueta difusa eran la misma cosa. Confundiéndose en la tinta falsa que dibuja la memoria. Porque esta otra cosa, siempre estaba ahí al pensarla. Un ruido de moscas en el pecho.

3

Madrigal apuñalado de saber tu presencia. Mi absoluta ignorancia de tus ojos en la noche que cada vez se hacía más insoportable.
Voy divisando el alba, a lo lejos, desde los muelles se alza el sol como un gigante dormido refregándose los ojos.
Estoy amanecido de pensar tu rostro entre mis dedos. Reviviendo cada detalle de seguirte en silencio.

4

Durante mucho tiempo la ilusión y una magia para mí inalcanzables, la hicieron creer en los unicornios.
El despertar fue lento. Como el verano negándose a dar lugar a la noche. Abría los ojos vacíos de unicornios. Por primera vez. Una primera vez terrible. Porque cómo íbamos a ser capaces de justificarle el mundo? Cómo fueron todos capaces de quitarle los inexistentes unicornios?
Ella perdía la vista en los montones de hojas de otoño que se amontonaban en grandes pilas de cadáveres de la primavera última en la vereda.

5

Hubo un momento de claridad. De esa certeza de las cosas que creen ver los ojos. La incertidumbre es su única constante sin embargo.
Besos breves tamizaron la noche en la que Laura tuvo labios para ejecutar la rítmica confusa de las bocas que se cruzan, se retuercen, se pierden y se respiran.
Supongo que los dos cerraron los ojos con tanta madrugada y medianoche encima.

6

Recordar su boca después del clímax de los besos. Porque todo se convierte en recuerdos. Mal o bien, la sucesión de los días se condensa en unidades mínimas de memoria que voy perdiendo constantemente. Un loco en una feria. Por lo pronto siento que se me disuelve el papel donde dibujo mis tristes garabatos.
Una tarde entera sumergiendo mi rostro en su pelo negro, lacio, larguísimo que iba envolviendo las volutas de amor que revoloteaban por el cuarto. Mariposas de papel, desde sus labios.

7

Yo sentí el peso de la ausencia por primera vez, y me encontré cerrando la puerta en plena medianoche para hundirme en el sueño de dos guitarras que conversaban entre ellas.
Mientras, pensaba yo en si los unicornios en realidad no existen. Creo que están todos equivocados. Juraría haber visto uno en el terreno baldío que rodea la estación de trenes abandonada.

miércoles, 30 de abril de 2008

Todo el tiempo

La tarde me devuelve una imagen como un espejo.
Me paro de pronto en el balcón y enciendo un cigarrillo.
Pierdo la vista hacia el oeste.
Las últimas luces.
Las últimas pestañas encendidas de la tarde como un fuego terrible.
Arrasa el crepúsculo el recuerdo de tu sexo.
Verte dormida ahí tan cerca como una estatua antigua.
Yo miraba de a ratos, como sin querer.
Ahora estoy solo, pensando tus labios.
Con todo el tiempo entre esta noche y mañana por delante.

martes, 29 de abril de 2008

El despertador

Un reloj sonaba en la madrugada.
Un despertador implacable
dando certeros dardos sonoros
a quien fuera su triste víctima.

Yo venia de acompañar a una mujer.
Seguramente iba fumando
cuando desde una ventana en los edificios donde vivo
comencé a oírlo sonar:
vivo y crudo como un martillar incesante.

Tantos murmullos traía la ciudad.
El ruido de autos lejanos.
El perpetuo ladrido de perros
que se propaga de cuadra en cuadra,
en todas direcciones.
Plumas arrojadas al viento
por las severas mandíbulas de los canes trasnochados.

Entre toda esa orquesta
discordaba el despertador.
Venía a interrumpirnos el sueño
a los que acaso estamos despiertos.

He dicho que venía de acompañar a una mujer.
Después de oír ese despertador
y encontrarme solo subiendo las escaleras,
me pregunté si esta noche en realidad
no es un sueño de alguien que nunca
alcanza a despertarse del todo.

lunes, 28 de abril de 2008

Furtivas lenguas

Atravesé la tarde
derribando lentos muros de tu cuerpo.
Sorteando las fronteras
más dulces de los besos.

Los acordes suenan en la noche
indiferentes ellos a tu abrazo
que yo llevo guardado en las pupilas.

El eco detenido de tu voz entrecortada
inunda el frío de este repentino silencio.

Sé que perseguí con furtivas lenguas
la superficie de tu piel
que se desvanecía bajo mis manos.

Y hubo un estremecimiento último.
Una caída sin límite.
Una desesperación de tu cercanía.

miércoles, 23 de abril de 2008

Pasando los talas

Pasando los talas
(Chamarra)

Miro tus ojos y creo
creo poderte mirar.
Siento no pisar el suelo
cuando me pongo a cantar.

Yo sé que hay un camino
no sé adonde llevará.
Donde me tire el viento
ahí he de quedar.

La luna tiene un secreto
perdido en la oscuridad.
La luna que escucha al gaucho
cuando se pone a cantar.

La madrugada que te piensa
se perdió en el olvido
La dejé pasando los talas
en un incierto camino.

lunes, 21 de abril de 2008

Triangulando estrellas

Eso que viene a perderme
en la orilla del asfalto.
Rieles de viento.
terminales del dolor último.

Llamado al silencio de un beso
en la profundidad de tus labios.
La luna llena se incendia
amarilla en el cielo.

Y por nada del mundo
quiero dejar el sueño
triangulando estrellas
a mi paso.

viernes, 11 de abril de 2008

Explícito en muertes y en olvidos.

Taciturno por las calles
voy descubriendo espejos.

Al ras del suelo
arrastrándome por las arenas del tiempo
y sus cristales.

Masticando la sonrisa inútil de los acondicionadores de aire.

Siendo explícito
en muertes y en olvidos.

(Para poder perder la memoria
de un ocaso
que nos encontró haciendo sombras
en un parque)

Si sólo la ceniza del silencio
apagara esta noche.

Tan grande que da miedo.

lunes, 7 de abril de 2008

Gatos en el tejado

Acechando gatos en un tejado de nylon.
Habiendo solo
prefigurado tu sombra.
Mira como se inunda el sueño
de realidades inmundas.
Toda la tarde
improvisando
una nube que envuelva tus muñecas.
Y todo el brillo de los muelles
cuando los acaricia el agua.
La hora en que ya te me haces humo
sin que pueda ahondarte una palabra.
Sonrio hacia el viento que claudica
mientras empieza la mañana.

martes, 1 de abril de 2008

Si se pudiera

Yo con que pudieran viajar
a través de la laberíntica noche
estas mis palabras hasta tus manos
estaría muy bien.

O no azotaría teléfonos en la madrugada.

O no conspiraría contra las colillas y el cenicero.

Yo con que pudiera ver
el reflejo naranja de tu abrazo
y rendirme sin pelea
sería feliz.

Dejáme solo

Acercáte, no me digás nada.
Que sean los árboles que hablen
Que sea tu risa.
Perdamos el tiempo entero
hasta que llegue el alba.
Cerrá la puerta,
no quiero que vuelvas.
Dejáme solo.

viernes, 28 de marzo de 2008

Tardes

Tardes dormidas en tus brazos
muñequita de niebla
para que no fueras niebla,
y seas tan sólo
el rocío inútil que tienen las tijeras.
Llamarte entonces
como lo hago ahora,
con esta tinta difusa
en el arrabal del alba.
Robarte las ganas
de esconder un beso en un florero
y que entiendas
que el tiempo no sólo esta hecho
de horas y minutos y segundos,
si no espacios vivos
olvidados
o perfectos.
Para que puedas reírte
como tenés que reírte
cuando me ves volar
sobre macetas rotas en la vereda.

Perfidia

La perfidia de sentirse efímero
Soñar acaso,
un escape ilusorio.
Reinventar el crepúsculo
sin olvidarse del café cada mañana
y la sonrisa telefónica.

martes, 25 de marzo de 2008

Julia

Para quien me dictó este cuento al oído

Julia comenzó siendo una voz en el teléfono. Una voz sin rostro, con un pasado difuso. Con un montón de años y soledades que Federico ignoraba. Y se acompañaban, horas, horas enteras a través de las madrugadas de Octubre, cuando la primavera empieza a llegar a su punto más alto. Y las flores acompañaban ese tango telefónico, esa seducción de un lado al otro.

El intercambio era sencillo, uno de los dos llamaba – casi siempre Federico – y así Julia se hacía presente en ese cuarto de paredes amarillas. Él miraba por la ventana, en dirección al Sur, por si sus ojos fueran capaces de atravesar tanta ciudad y tanta distancia, por sus solas ganas de verla.

Se volvía cada vez más pesado, más desesperante (creo que esa es una buena palabra) la falta del cuerpo de Julia. Las relaciones mentales, llegado un tiempo, alcanzan una caducidad inevitable que conduce a dos únicos desenlaces, o que se hagan cuerpos las voces o se abandone todo intento.

Federico no podía tolerar la idea segunda. No podía abandonar, a quien fuera su compañera en todas esas noches de invierno, primavera y ya cuando quiso acordar, el verano se les había venido encima.

Y ahora? Todo preludio tiene un final, dijo ella. Y era verdad, como todas las verdades que se habían dicho el uno al otro cada día. Y cada día, él la sentía más cerca. Como si la distancia fuera ficticia, una ilusión, algo que nos quiere hacer creer el Universo para justificar el mundo que vemos/vivimos.

Así concertaron un encuentro, después de varios intentos fallidos, por azares del tiempo que a veces hace todo lo posible para que las cosas no pasen. O simplemente, porque no era aún el momento de que Julia tuviese un par de ojos, labios, y un pelo que le llegase a mitad de la espalda.

Federico estaba parado en la esquina, afuera de un bar. Fumando un cigarrillo detrás del otro. Con el corazón que cada vez latía mas rápido, y el sol que le quemaba la cara ese mediodía.

Y la vio acercarse, la vio acercarse entre la multitud por la mitad de la vereda. Julia levanto el brazo derecho y sonrió.

Federico comprendió entonces, que estaba perdido. Que iba a ser devorado, destrozado, sacudido, comprendió que esa era Julia, ahora real. Ahora alguien, como él. Alguien que se podía tocar, besar y abrazar para dormirse.

Caminaron varias cuadras en el sentido opuesto de la calle por la que Julia había llegado, por la misma cuadra. Ella estaba nerviosa. Él, disimulaba perfectamente esa sensación que le agitaba todo el pecho. Y la miraba, la miraba así como se miran las mujeres que nunca hemos visto y son absolutamente hermosas.

Pero el tenía que ser un caballero, y Julia, una dama. Caminaban casi en silencio, casi hablando. Parecía que después de hablar tanto, ya no sabían que decirse. Y Federico sabía, y Julia sabía, que los dos querían otra cosa, y no caminar sin rumbo hasta que los sorprendiera la avenida.

Así que volvieron, volvieron por la vereda de enfrente, y Federico jugó a convencerla de que lo invite a su casa. Y ella se negaba, para que no fuera todo tan fácil. Y él le prometió portarse bien, porque era un gentleman. Y ella aceptó la promesa, y metió la llave en la puerta del edificio.

Esperaron el ascensor, ansiosos tal vez los dos o tal vez sólo Federico, que ya se había cansado de disimular. Y llegó, y ella corrió la cortina metálica negra y entraron.

Diez pisos más uno se sucedían interminables. Y el reloj en el corazón de Federico se adelantaba horas enteras.

Salieron del ascensor, y caminaron hacia la derecha. La ultima puerta del lado izquierdo del pasillo. La excusa de recién mudada para las cajas por todas partes, y el sillón rojo.

El sillón rojo ahí, invitando con un guiño perverso.

Se sentaron en la mesa, de sillas blancas y Julia formó un muro de Berlín de objetos frente a Federico, para protegerse (De qué? De él o de ella misma?)

El le tomó la mano, había franqueado el muro real o imaginario, porque los pequeños objetos sobre la mesa, físicamente hablando, no hubieran podido siquiera detener a una hormiga moribunda.

La mano de Julia se sentía bien, se sentía como él la había imaginado todas esas noches mientras escuchaba su voz, y se reían juntos hasta la madrugada. Unidos tan sólo por un cable, que era la expresión mínima de ese vínculo preludiar que los había reunido.

Federico se iba cambiando de silla, y era obvio para Julia, pero a él no le importaba, a pesar de ser un caballero. A pesar de haber prometido portarse bien; pero portarse bien tiene muchas acepciones que dependen del contexto. Y en este caso, portarse bien, era acercarse. Por ahora, sólo acercarse sosteniendo su mano.

Julia sonreía, y él hablaba de banalidades, hasta que le sugirió un experimento. Ella no sabía (O sabía perfectamente) qué podría ser. Se rehusó un poco, por no saber o tal vez por saberlo. Así que cuando aceptó, Federico le pidió que se levante de la silla, haciéndolo él al mismo tiempo.

Y ahí estaban. De pie, frente a frente, dos guerreros que se medían el miedo y el valor con la mirada, cara a cara. Entonces Federico la abrazó. La abrazó con los dos brazos y puso su cabeza en el hombro de Julia y se hundió en su pelo, y aspiró con todas sus fuerzas ese perfume de mujer, que también había sospechado por teléfono.

Le preguntó cómo se sentía el abrazo. Julia dijo que bien. Y Federico no tuvo otra opción que besarla. Besarla como saliera, como fueran las lenguas y los labios hacia direcciones incoordinadas, randómicas, desesperadas.

Y ella lo besó también. Y fueron más besos y más besos. Y la tarde se diluyó sobre el sillón rojo y después sobre la cama de Julia.

El día había sido tan corto, y el champagne fue lo último que compartieron.

Y el se fue, con el corazón lleno y el perfume de Julia impregnado en su ropa.

Y el taxi se alejaba, se alejaba….

jueves, 13 de marzo de 2008

Para vos

Abrí los ojos piba, que te traje un montón de flores.
Y no son nada si vos no las mirás.

Pero qué son, después de todo
unas tristes flores que le robé al tiempo?

Tienen tallos de minutos
y pétalos de horas, piba.

Para vos, todo el tiempo de una flor.
Para vos.

miércoles, 12 de marzo de 2008

Hay

Hay algo que nadie dijo,
y que no quedó en ese graffiti del baño.
No fue tu sonrisa a través del espejo.
No fue lo que me faltó de coraje al abrazarte.
No fue el beso que no te di.
Pero sin embargo,
con cuánto silencio
te pensé cada noche
y cada día hasta verte.
Y ahora?

sábado, 8 de marzo de 2008

Dejo de aburrirme

La calle está oscura.
Y hay medias de red
abajo del vestido.

Como muchas cosas que no importan.

Un mate lavado de los días,
la sonrisa idiota de un perro.

Miro la puerta de la heladera
y pienso
si dormirme o cerrar los ojos.

Pero la mañana me alcanza
en un rapto de niebla y margaritas.

Vacío de un golpe el cenicero
y dejo
de aburrirme.

jueves, 6 de marzo de 2008

Ojos de linyera

Para decirte todo lo que tengo que decirte
tendría que tener una carretilla de palabras.
Pero no,
las palabras no están ahí.
Pueden estar
en mi bolsillo,
en una zaguán
o en mitad de un beso,
o de una vereda.
Para mirarte con estos ojos
de perro enfermo o de linyera
tendría que esconderme en una esquina
y verte pasar bien a lo lejos.
Desayunarme con mi sombra
para poder invitarte
a remontar
el barrilete de un sueño.

lunes, 3 de marzo de 2008

Amanece

a V.S.
El cuerpo late
y bombea litros de recuerdos.
Una mujer que ahora duerme sonriendo
con la luz encendida.
¿Duerme?
¿Sonríe en sueños?
El cuerpo lo ignora.
Sólo aferra su perfume en la camisa marrón.
Y en la piel.
Piel
por todas partes.
Las manos sostienen el diario de ayer.
No pasó nada.
Nada.
Sólo al cuerpo le pasan.
Cosas.
Besos.
Sus manos,
Su respiración.
Sólo el cuerpo late
bombeando recuerdos.
Amanece.
¿Para qué?

29 de Enero de 2007

jueves, 21 de febrero de 2008

Algo

yo lo sé
mientras piso una baldosa rota
y me salpica el pantalón
porque hace minutos llovía
y pasa una mujer
con un vestido azul
por la vereda de enfrente
como un rayo
y su rostro es una incógnita inmensa
pero sigo caminando
porque el reloj me pesa en la espalda
y la calle por momentos
se vuelve interminable
de pronto me doy cuenta
que me quedé sin puchos.

jueves, 14 de febrero de 2008

Siempre que te vas así

Siempre que te vas así,
me dejas una sensación de cenicero repleto.
Se me desborda la ceniza de la tristeza
por los bordes lisos de vidrio.

Ahora no importa,
la caparazón inútil que yo intente con mis manos.
La verdad inconclusa
de saber
que sin embargo.

Se retira toda la tarde, enmohecida
de tanto estar guardada en mi cajón.
Y será otra más,
otra huída,
la que emprenderé pronto de tu abrazo.

viernes, 1 de febrero de 2008

Tríptico de la madrugada

I

Una alucinación de flor azul, de chocolate.
Paraguas extendido sobre una espalda tenue
tu nombre es un abismo sin retorno.
Y que decir?
Que conjuro de plata grabar en piedra a esta hora?
Que decir que no lleguen mis palabras
y sea todo una farsa de collares y cuerpos desnudos,
una semblanza terrible de amor, una farsa de esqueletos y decorados.

II

Cierro los ojos, o sin cerrarlos
retorna esa figura; la frenética tarde
de besos que se nos iban de las bocas, de las manos, de las espaldas.

III

Ya no puedo dormir
delirio, montaña rusa,
relicario enmohecido,
panteón inútil del recuerdo;
diploma de locura recién estrenado,
sangre que se disloca dentro del cuerpo
a la deriva me deja la madrugada.
Esta condición que se agrava con el tiempo...

miércoles, 30 de enero de 2008

Invención de un beso

Con esa inmediatez de un segundo, erradicar la senda triste de un abrazo
parecerme a un retorno de azahares y el no sueño
Saberte dormida invariable como tu mirada un domingo por la tarde
Intuir que me vuelvo lentamente inexacto
y todo mi cuerpo es una sola fibra que reitera el compás de la noche en un suspiro.
Mirar la luna descubrir esa mancha en la pared

Y sobre todo, rodar por la vereda como una pelota
atravesar avenidas, verdulerías, vidrieras repletas de materia inútil
como un rayo desbocado y solitario.

Reivindicar la invención de un beso llamar las cosas por otro nombre
olvidarme de mis pocas obligaciones.

Dormir, soñar, levantarse, encender un cigarrillo,
Pulir el vértigo de no ver el camino adelante usando un repasador de magnesio
qué importa lo que digan o no digan estos versos.

lunes, 28 de enero de 2008

Regalo de cumpleaños

Tengo la sonrisa crispada de tanto mirar la pared.
Una brasa en el pecho.
Unas ganas de salir corriendo
y llevarme todo por delante.
De no regalarte musgos,
ni adoquines que no valen nada.
De ahorcarte con un alambre
porque ya no hay nadie
y dejaste la cama
vacía y destendida.

sábado, 26 de enero de 2008

Carolina C.

Fue en un departamento, hace muchos años, donde vivían tres o cuatro mujeres que la conocí a Carolina C. Los recuerdos se vuelven vagos con el pasar del tiempo, sin embargo.
Yo tendría 18 o 17 años, y toda la Capital se me abría por delante como una mujer desnuda. Era la época del pelo largo, y el asombro de todas las cosas que cautelosamente disimulaba al ver. El bigote triste que todavía conservo.
Carolina C. era flaca, su rostro, de rasgos claros que no llegaban a la dureza. Creo recordar que tenía ojos celestes, de un celeste cansado. El pelo corto castaño claro, y por supuesto, una sonrisa, de esas que no olvidamos o que fingimos no haber perdido en los agujeros de la memoria.
Esa primera vez hablamos mucho, me la presentaron, vaya a saber quién, y hubiera sido la última vez que la viese, pero las cosas tenían que funcionar de otro modo.
Al destino le gustan las coincidencias, y fue en este caso que me jugó una.
Carolina C. también era como yo, del interior, pero más precisamente, de mi misma ciudad.
Ignoro cuánto tiempo pasó desde esa primera vez que la vi hasta que la reencontré por algún azar que aún intento descifrar.
Su saludo fue cálido, o al menos, lo interpreté así. Fue en la calle, en una esquina cualquiera. Ella iba en bicicleta y yo como siempre, caminando. Intercambiamos teléfonos y es probable que la acompañase a su casa.
Aquella noche no pude dormir, pensando en llamarla lo más pronto posible. Pero no lo hice, ni al día siguiente, ni al que siguió a ese.
Finalmente, tomé el teléfono y marqué ese número escrito con lápiz que no hace mucho vi rondando como un fantasma en mis cajones.
Carolina C. tenía una voz muy dulce por teléfono que reconocí enseguida del otro lado de la línea.
Así que esa tarde fui a su casa, a la otra a la del interior. No a la ruidosa calle cerca de Av. Santa Fe donde la vi por primera vez, en ese departamento desordenado donde estudiaba el CBC de la UBA para la carrera de Diseño.
Y se sucedieron las tardes, una tras otra, donde hablamos durante horas, larguísimas, pero breves al mismo tiempo.
Carolina C. tenía un cuaderno gigante con poemas y dibujos, que una vez me mostró, y ella conmovió aún más, después de leer esos melancólicos apuntes.
Tiempo después - siempre el tiempo está de por medio en todas nuestras acciones, y fatalmente nos condena, o salva - comencé a separar de varios días mis visitas, debido a otras ocupaciones que debía atender.
Pero nunca dejé finalmente de visitarla, y extasiarme con esos ojos pardos y esa sonrisa.
Creo que en algún punto se me hizo insoportable, comprender, que nunca podría atravesar, pese a todos mis esfuerzos la barrera que nos separaba. Barrera que no saldarían los años, ni mi insistencia sorda.
Por eso decidí que había que seguir adelante, le escribí algún que otro poema y me dediqué a olvidarla.
La última vez que la vi, había una luna llena inmensa en el cielo, y la encontré, otra vez en bicicleta, cuando estaba llegando yo a mi casa, hablamos un momento, la saludé y seguí caminando.
Nunca más la he vuelto a ver, supe después, por un conocido común, que vivía con un contrabajista, allá en la Capital. Yo me quedé en el interior, no tenía nada que hacer lejos, y los gastos se me hacían insoportables.
Ahora, un río, y algunos kilómetros nos separan.
Dentro de varios años, cuando ese otro río, que es la muerte, nos separe, seguramente tampoco importe.

Perfecta(mente)

Para ponerle un nombre yo no sabría cuál.
Seguramente
podría ser
no quedarse callado
y darte la razón.

O hacer las cosas
perfectaMENTE
Sentir el viento en la cara
y que no importe.
Arrojar
piedras falsas
al infinito océano de los recuerdos.
Apagar
el carmín de la noche
con la última colilla que se arroja a la calle.

Para terminar
inventando
enumeraciones estúpidas
bajo la luz de una luna
cargada de lluvia.

jueves, 17 de enero de 2008

A tiempo

Estaban en una placita. De esas placitas chicas de pueblo. Sus cuatro o cinco palmeras, sus rosas rojas. Y San Martín a caballo señalando hacia dónde mirar para ver el crepúsculo. Porque nadie va a pensar que señala a Chile, ni nada de eso. Mucho menos a esta hora.
Y conversaban, de esas cosas que sólo se pueden hablar en las plazas cuando se está sentado mirando relámpagos iluminar la escuela que se ve enfrente.
La lluvia por suerte se hizo esperar, digamos que por la impuntualidad que ya la caracteriza. Pero de a gotas intermitentes, solitarias, empezó a caer sobre ellos, que, advirtiendo estas maniobras se metieron debajo del techo de un kiosco.
Por supuesto, dado lo avanzado de la hora, estaba cerrado, lo cual anulaba la posibilidad de comprar más cigarrillos. (En caso de terminarse el paquete y continuar la inclemente lluvia, porque ahora sí, caía con todo su arsenal de gotas y goterones sobre la pequeña plaza y repiqueteaba sobre el techo del kiosco)
Continuó este fenómeno largo rato, pero ninguno se decidió a tiempo de abandonar el refugio.
Las horas pasaban con cada ir y venir de colillas de mano en mano y un callado mirar del agua caer.
Al consultar el reloj, después de casi medio paquete de cigarrillos - lo cual es una acertada medida del tiempo - vieron que las agujas se habían detenido.
El secundero impávido los miraba con cara de burla, de piante así nomás porque llueve. De que yo hago lo que quiero.
No podía ser - dijeron - hasta hace minutos el reloj funcionaba a la perfección. Marcaba las 23:30:45 exactas, ineludibles.
Tal vez en ese momento no lo entendieron.
Tal vez en algún momento - porque en ese lugar no se puede hablar de tiempo - comprendieran su suerte y que la lluvia no se detendría.
Yo evito pasar por esa plaza, pero cuando me obligan las circunstancias, los veo de lejos, fumando abajo del techo amarillo del kiosco mientras afuera lluve y aquél reloj sigue en pausa.

lunes, 7 de enero de 2008

Más condicionales

Si pudiera tan sólo detenerme y no pensar. Pero no.
Soy un papel escrito arrojado a la tormenta.
Un silbido que se reencuentra con el silencio de la tarde.
Un anagrama confuso de instantes que se esfuman con la primer mirada.
Y respiro la madrugada con ojos cansados de verme en todos los espejos e ignorarme.

Mi nombre apenas importa. Tal vez el susurro de miles de ciudades repita la inútil protesta de los que no duermen. Lo ignoro. Como al tiempo.