Siempre que te vas así,
me dejas una sensación de cenicero repleto.
Se me desborda la ceniza de la tristeza
por los bordes lisos de vidrio.
Ahora no importa,
la caparazón inútil que yo intente con mis manos.
La verdad inconclusa
de saber
que sin embargo.
Se retira toda la tarde, enmohecida
de tanto estar guardada en mi cajón.
Y será otra más,
otra huída,
la que emprenderé pronto de tu abrazo.
jueves, 14 de febrero de 2008
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