domingo, 17 de agosto de 2008

Despedida

De pronto no pude volver a cerrar los ojos.
Sofía dormía como si nada al lado mío. Apenas se filtraba un poco de luz por debajo de la puerta.
Las inútiles luces de un domingo sin sangre, en la calma estúpida de los narcóticos. Y yo sabía todas esas cosas, que mi tiempo era breve, que el doctor, los estudios - todos hechos a escondidas de ella - Porque reconocerme enfermo y moribundo era debilidad.
No estaba dispuesto a negociar mi dignidad. Así que rehusé tratamientos e internaciones.
Al pasar el tiempo, algo así como seis meses desde que Alfredo me había dado su diagnóstico, empezaron los desmayos. Los llamo así, pero en ningún momento tengo pérdida de conciencia, solamente me veo imposibilitado de cualquier tipo de reacción motriz. Mi cuerpo, no se paraliza contraído, espásticamente sino que se detiene en seco. Una huelga repentina de mis músculos que se niegan a hacer actuar los desesperados impulsos eléctricos desde mi cerebro que intenta evitar lo que sin duda será un viaje sin escalas al piso.
Entonces lo siento otra vez, desde los tobillos hacia arriba todo se va apagando, y no puedo gritar, ni pestañar, ni agitar los brazos.
Sofía empieza a preocuparse, dice que tendría que ver a un doctor, pero yo con mi testarudez acostumbrada respondo que debe ser la presión baja y este calor y humedad horribles. Por lo pronto, trato de consumir drogas la mayor parte del día, para evitar el dolor que empieza a sentirse como un ejército de cucarachas devorándome las entrañas.
A veces siento mucho frío, entonces me aprieto el brazo e introduzco suavemente la aguja. La sensación es tan dulce cuando la siento subir por mis venas hinchadas y podridas. Aunque sonrío. Sonrío con una sonrisa estúpida y caigo de costado, apenas con el tiempo suficiente para desprenderme la jeringa vacía del brazo.
Hoy cuando me desperté, Sofía estaba hablando por teléfono y lloraba. No le di mucha importancia y me volví a dormir. Después de todo, es sólo un tiempo más el que me queda.
A veces lamento el dejarla sola tan pronto. Justo cuando parecía que podíamos llegar a estar tan bien. Ella que seguía trabajando maravillosamente con su cámara, y yo que pude vender unos libretos de teatro bastante mediocres a precios razonables.
Ya no puedo escribir, casi un párrafo por semana de esta página sucia que va registrando los pocos momentos lúcidos que me permito para anotar mis ideas cada vez más vagas y más lejanas de todo lo que ayer me rodeaba como una guirnalda fatal.
Alfredo me dijo hoy que la metástasis es casi total. Así que hay que apurarse. No quiero que Sofía me vea como una planta que se va quedando de a poco sin hojas.
Me acuesto boca arriba por un momento, miro las manchas de humedad en el techo. La luz amarilla del único foco de la pieza es una iluminación acorde con este momento.
Sofía esta sentada en un rincón, con la cabeza entre las rodillas.
No le veo la cara desde donde estoy. El pelo negro y lacio le cubre el rostro por completo. De vez en cuando, una pequeña mano se pierde en ese laberinto negro.

Sofía se levantó, miró a Daniel a los ojos y le dijo que Alfredo ya le había contado todo. Daniel la miró sorprendido, tal vez alcanzó a levantar la mano derecha para cubrirse cuando el calibre 38 detonó frente a su rostro y todo se apagó despacio con ese olor a pólvora del aire y la sangre caliente que le manchaba la camisa gris.

No hay comentarios.: