viernes, 1 de agosto de 2008

La tarde que cerraste la puerta

Alguna vez una sonrisa manchó el verde musgo de la tarde idiota que me devolvia la ciudad. Yo bajaba siempre por las mismas calles, con el mismo contrapunto de silencio en la boca y el pucho rendido de humear entre mis dedos.

Y sin embargo
aquella luz fluorescente
de las carnicerías
se empeñaba en dos guiños cómplices
por encima
de la carne mutilada y sanguinolenta.

Cerca del río es donde se respira el mejor aire. Con olor a monte y agua dulce. Los ríos me recuerdan el tiempo, indudablemente, desde aquél filósofo a esta parte.

Quisiera arrancarme los ojos despacio
para no ver ni las estrellas
ni la noche
ni el hueco
ni los papeles desordenados
la tarde que cerraste la puerta.

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