lunes, 16 de junio de 2008

La carta

Acabo de leer tu carta. Una vez más. Sí, esa, la primera y la única que me escribiste. Y me parece tan grande el tiempo y tan lentos los años, que al leerla sentí que en realidad estabas muy lejos. Esto por supuesto, también es cierto. Y si bien no nos hemos visto desde hace mucho, al mismo tiempo tengo los recuerdos bien frescos.

También pensé en Juan, y en todas las cosas que ocurrieron y que no debieron haber ocurrido. Como nuestro primer beso. Ese viernes gastado de Octubre plagado de ceniza de la memoria.

Pero ocurrió, como ocurren las cosas inevitables, como ocurrió lo de Juan.

Después de leer la carta recordé que fue también un viernes, pero al mediodía que me tocaste el timbre y cuando salí me dijiste que Juan se había matado la noche anterior. Solamente pude abrazarte y te pusiste a llorar. El velorio, Juan ahí tan muerto y nosotros dos con tantas lágrimas. Al día siguiente yo tenía que irme de viaje. Y te dejé sola. Y él también te había dejado sola. Esto lo comprendí recién esta tarde.

Después los días fueron todos parecidos entre ellos. Y te visitaba, y llorábamos juntos. Cuántas de esas tardes y noches en que te veía me sentí muy triste. No tanto por Juan, si no por vos. Porque no era necesario hacerte ese regalo final tan macabro. Sí, no tendría que haberse suicidado adelante tuyo.

Los primeros meses, nadie te dijo nada. Un día te diste cuenta sola, pensando, revisando los recuerdos de los últimos días. Las cosas que te dijo esa noche. Y comprendiste. Recuerdo que estabas en mi casa y te pusiste a llorar y te fuiste. Y yo ya no lloraba más con vos, porque en esa época hacíamos el amor, y yo creía que eras también mi mujer. Porque aunque él se había ido, vos seguías siendo suya.

Era muy triste ver llegar la fecha cada vez, en la que te ponías taciturna y distante. Y yo sabía por qué era. Y me enojaba con vos en silencio. Con los ojos. Con los besos y las manos y mi sexo queriendo llegarte bien hondo para arrancar el rastro de otro. Desesperado por perpetuar la memoria de mi cuerpo en el tuyo.

Y un día, me escribiste esta carta. Esta carta que guardo en el cajón izquierdo de mi escritorio. Y ahora la releo y pienso en todo ese tiempo ahora tan distante y vacío. Me pregunto como se puede atravesar una ausencia tan grande. Pero vos al final, pudiste dejar las cosas atrás. Entonces leo tu carta otra vez y las palabras me van cortando la respiración. Tu letra ahí, tan desprolija y tuya que me hace verte.

Mientras tanto afuera, hay calles y plazas y toboganes para todos. Para los que pudieron evitar el silencio de un domingo que se sentía como una mochila de humedad de verano.

Ahora sólo puedo cerrar los ojos y volver a sentir tu boca mientras píto mi cigarrillo que es el último. Y las horas se van sucediendo implacablemente.

Tu vestido rojo el día de mi cumpleaños, el único cumpleaños de mi vida que festejé con vos. Tan otoño y estabas tan hermosa, tambaleándote borracha en la vereda con las sandalias en la mano. Y yo iba caminando de espaldas adelante tuyo, mirándote caminar y sonriendo mientras fumaba.

Tu carta la habías escrito antes. Y las cosas iban tan bien. Ya no hablábamos de Juan. Si no de nosotros. Éramos vos y yo y todo el tiempo del mundo para perderlo en besos.

Hasta que un día, me dijiste que no estabas enamorada de mí. Y eso fue todo.

Ahora leo tu carta y me pregunto si en realidad vale la pena tanto dolor y tantas palabras que se fueron con el otoño. Las palabras de tu carta. Las palabras de esta, mi última carta, que te escribo antes de también, como Juan, cerrar los ojos.

No hay comentarios.: