La espuma de la tarde se va volcando por los rincones.
Adormecido en sus manos,
el viento gris rasca las persianas con sus uñas largas.
En la silla dejaste algún recuerdo
de esos que lloran las manos con silencio.
Y nadie vino a mirarte
la vez que los jacarandaes se volvieron música celeste
que inundaba los adoquines
y las veredas partidas de pisadas incesantes.
Yo era entonces la sombra.
Vos eras después el aire.
viernes, 24 de octubre de 2008
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