jueves, 1 de mayo de 2008

La mujer que creía en los unicornios

1

Es increíble como cambio de nombre dijo ella y sonrió. Sonrió como quien cree en todo y a la vez no cree en nada. Me acuerdo que estaba todo lleno de niebla y la vi. Con su camperita de lana negra apurando el paso por el boulevard.
La seguí de lejos, fumando en silencio. Ignorando quién era, su nombre y su destino.
Sé que esa noche la niebla era propicia para seguir sin sentido a una mujer, en silencio, por un boulevard vacío.
Me acerqué rápido, adelantándome un poco a ella. La miré de reojo. No hubo otra mirada entre nosotros que esa perdida en la oscuridad, como sin querer. Como son las buenas miradas.

2

Pensé tantas cosas después de esa visión primera. Y entretenía mis caminatas nocturnas recordando el sonido de sus pasos.
Cerré los ojos la noche anterior.
La niebla y su silueta difusa eran la misma cosa. Confundiéndose en la tinta falsa que dibuja la memoria. Porque esta otra cosa, siempre estaba ahí al pensarla. Un ruido de moscas en el pecho.

3

Madrigal apuñalado de saber tu presencia. Mi absoluta ignorancia de tus ojos en la noche que cada vez se hacía más insoportable.
Voy divisando el alba, a lo lejos, desde los muelles se alza el sol como un gigante dormido refregándose los ojos.
Estoy amanecido de pensar tu rostro entre mis dedos. Reviviendo cada detalle de seguirte en silencio.

4

Durante mucho tiempo la ilusión y una magia para mí inalcanzables, la hicieron creer en los unicornios.
El despertar fue lento. Como el verano negándose a dar lugar a la noche. Abría los ojos vacíos de unicornios. Por primera vez. Una primera vez terrible. Porque cómo íbamos a ser capaces de justificarle el mundo? Cómo fueron todos capaces de quitarle los inexistentes unicornios?
Ella perdía la vista en los montones de hojas de otoño que se amontonaban en grandes pilas de cadáveres de la primavera última en la vereda.

5

Hubo un momento de claridad. De esa certeza de las cosas que creen ver los ojos. La incertidumbre es su única constante sin embargo.
Besos breves tamizaron la noche en la que Laura tuvo labios para ejecutar la rítmica confusa de las bocas que se cruzan, se retuercen, se pierden y se respiran.
Supongo que los dos cerraron los ojos con tanta madrugada y medianoche encima.

6

Recordar su boca después del clímax de los besos. Porque todo se convierte en recuerdos. Mal o bien, la sucesión de los días se condensa en unidades mínimas de memoria que voy perdiendo constantemente. Un loco en una feria. Por lo pronto siento que se me disuelve el papel donde dibujo mis tristes garabatos.
Una tarde entera sumergiendo mi rostro en su pelo negro, lacio, larguísimo que iba envolviendo las volutas de amor que revoloteaban por el cuarto. Mariposas de papel, desde sus labios.

7

Yo sentí el peso de la ausencia por primera vez, y me encontré cerrando la puerta en plena medianoche para hundirme en el sueño de dos guitarras que conversaban entre ellas.
Mientras, pensaba yo en si los unicornios en realidad no existen. Creo que están todos equivocados. Juraría haber visto uno en el terreno baldío que rodea la estación de trenes abandonada.

No hay comentarios.: