jueves, 16 de agosto de 2007

Samantha

Las cosas tendrían que ponerse definitivamente en orden. No hay duda de eso. Me miro al espejo del baño y me veo distinta. No sé quién soy. Si sólo pudiera recordar. Pero recordar de verdad. No la falsa memoria de los detalles. Recordar lo otro, lo verdadero, lo que indudablemente perdimos.
Cierto día, los ojos se me volvieron de mármol. Quise llorar, quiero llorar ahora mismo.
Pero se me atragantan las lágrimas. Y esta sensación de ahogo que siento es el llanto que no sale.
Hubiera seguido creyendo lo que creía a los dieciséis años.
Que todo iba a seguir su rumbo, y que sería claro. Con cena a las nueve, y domingos agrios de ravioles.
Cuando era chica me gustaban los gatos. Pero no tener un gato. Los gatos de la calle, suburbanos y ariscos. Insufribles y tan solos como yo.
Las noches eran largas, interminables, el día era una ráfaga. Y esperar al otro día me ponía siempre ansiosa.
Pero lo que recuerdo es estar triste.
Y también recuerdo mirar por un espejo desvestirse a Florencia.
O cuando de alguna manera se las había ingeniado para sacar la puerta del ropero.
Ahora miro mi mano. Las uñas de rojo despintado. Cuento las tablas del techo y las colillas en el cenicero.
Pienso en Florencia. Últimamente evito saber qué hace. Adónde va. En fin.
Creo que todavía nos queremos, aunque todo sea un poco distinto y yo esté tan desordenada.
Me acuerdo cuando la conocí y me perdí en esos ojos hondísimos. Después, le vi las manos. Los dedos largos, y el pulgar ligeramente arqueado. Su boca, su boca que después recorrería con mi lengua.
Y no hacía tanto tiempo. Pero las cosas eran distintas y yo necesitaba organizarme. Pasar las cosas en limpio. Tener una perspectiva clara de todo.
A veces puedo pensar muy rápido. Otras, dejo la mente en blanco. Cuando pienso rápido las imágenes pasan como un remolino. Veo los gatos, plaza Francia, donde íbamos los domingos cuando caía la tarde. Veo el rostro de Florencia. Siento el peso de su cuerpo, y su olor.
Nuestro primer beso, en su departamento, el champagne, y la huída en taxi. Yo nunca había estado con otra mujer. Pero ella es diferente.
No podría explicar con claridad lo que me llevó a quererla. A desearla, a llorarla, a ser sometida por su sonrisa. Y yo me dejaba subyugar.
Pero un día, me desperté cansada. Y sentí que tenía que ordenarme de una vez. Que estaba harta de despertar y no saber mi nombre - si es que acaso lo tuve –
Ya no lo recuerdo. Ella me lo quitó.
Y yo necesito pasar las cosas en limpio. Que se organice todo.
Por eso esta noche, mientras Florencia duerme, abrí la llave del gas, cerré todo el departamento y estoy en un bar, escribiéndole una carta que nunca leerá.