lunes, 30 de junio de 2008

Pausa oscura

Hay niebla hasta decir basta.
Por qué sonreís mientras te miro a través del salón?
Enmudecer con el recuerdo
de tardes hastiadas de tus besos.
Ahora que la noche
me ahoga en tu sombra
y hay una pausa oscura
una fuga lenta
un dejarse ir despacio.
Yo venía cansado del delirio fucsia de tu abrazo.
Como una puerta mal cerrada
a la seis de la tarde.

jueves, 26 de junio de 2008

Las horas

las horas son ese corredor oscuro y elastico
que me encuentra atravesando
la tarde toda llena de desvelos
y sin embargo hay un punto del crepusculo
que no me resigno a perder de vista
aunque todo el silencio del mundo
pueda entrar entre tus ojos
y mis palabras se pierdan irremediablemente.

lunes, 16 de junio de 2008

La carta

Acabo de leer tu carta. Una vez más. Sí, esa, la primera y la única que me escribiste. Y me parece tan grande el tiempo y tan lentos los años, que al leerla sentí que en realidad estabas muy lejos. Esto por supuesto, también es cierto. Y si bien no nos hemos visto desde hace mucho, al mismo tiempo tengo los recuerdos bien frescos.

También pensé en Juan, y en todas las cosas que ocurrieron y que no debieron haber ocurrido. Como nuestro primer beso. Ese viernes gastado de Octubre plagado de ceniza de la memoria.

Pero ocurrió, como ocurren las cosas inevitables, como ocurrió lo de Juan.

Después de leer la carta recordé que fue también un viernes, pero al mediodía que me tocaste el timbre y cuando salí me dijiste que Juan se había matado la noche anterior. Solamente pude abrazarte y te pusiste a llorar. El velorio, Juan ahí tan muerto y nosotros dos con tantas lágrimas. Al día siguiente yo tenía que irme de viaje. Y te dejé sola. Y él también te había dejado sola. Esto lo comprendí recién esta tarde.

Después los días fueron todos parecidos entre ellos. Y te visitaba, y llorábamos juntos. Cuántas de esas tardes y noches en que te veía me sentí muy triste. No tanto por Juan, si no por vos. Porque no era necesario hacerte ese regalo final tan macabro. Sí, no tendría que haberse suicidado adelante tuyo.

Los primeros meses, nadie te dijo nada. Un día te diste cuenta sola, pensando, revisando los recuerdos de los últimos días. Las cosas que te dijo esa noche. Y comprendiste. Recuerdo que estabas en mi casa y te pusiste a llorar y te fuiste. Y yo ya no lloraba más con vos, porque en esa época hacíamos el amor, y yo creía que eras también mi mujer. Porque aunque él se había ido, vos seguías siendo suya.

Era muy triste ver llegar la fecha cada vez, en la que te ponías taciturna y distante. Y yo sabía por qué era. Y me enojaba con vos en silencio. Con los ojos. Con los besos y las manos y mi sexo queriendo llegarte bien hondo para arrancar el rastro de otro. Desesperado por perpetuar la memoria de mi cuerpo en el tuyo.

Y un día, me escribiste esta carta. Esta carta que guardo en el cajón izquierdo de mi escritorio. Y ahora la releo y pienso en todo ese tiempo ahora tan distante y vacío. Me pregunto como se puede atravesar una ausencia tan grande. Pero vos al final, pudiste dejar las cosas atrás. Entonces leo tu carta otra vez y las palabras me van cortando la respiración. Tu letra ahí, tan desprolija y tuya que me hace verte.

Mientras tanto afuera, hay calles y plazas y toboganes para todos. Para los que pudieron evitar el silencio de un domingo que se sentía como una mochila de humedad de verano.

Ahora sólo puedo cerrar los ojos y volver a sentir tu boca mientras píto mi cigarrillo que es el último. Y las horas se van sucediendo implacablemente.

Tu vestido rojo el día de mi cumpleaños, el único cumpleaños de mi vida que festejé con vos. Tan otoño y estabas tan hermosa, tambaleándote borracha en la vereda con las sandalias en la mano. Y yo iba caminando de espaldas adelante tuyo, mirándote caminar y sonriendo mientras fumaba.

Tu carta la habías escrito antes. Y las cosas iban tan bien. Ya no hablábamos de Juan. Si no de nosotros. Éramos vos y yo y todo el tiempo del mundo para perderlo en besos.

Hasta que un día, me dijiste que no estabas enamorada de mí. Y eso fue todo.

Ahora leo tu carta y me pregunto si en realidad vale la pena tanto dolor y tantas palabras que se fueron con el otoño. Las palabras de tu carta. Las palabras de esta, mi última carta, que te escribo antes de también, como Juan, cerrar los ojos.

sábado, 7 de junio de 2008

La espera 2

Dejo resbalar el recuerdo en el respaldo de la silla.
El ansia tiene fecha de vencimiento esta noche.
Vamos a dar unas vueltas en esta margarita de alquiler,
que tenemos el tiempo amordazado en un beso.

La espera

hueco entre mis brazos
solamente para tu cuerpo
para que nos llegue la medianoche
mezclando besos con cigarrillos
y sentir otra vez
el gusto de tu piel en mis labios.

lunes, 2 de junio de 2008

Cinco cosas

1

Todo tiene un sabor extraño. Porque después de ella nada podía seguir siendo como antes. En ese antes tan gris y tan frío, los lugares comunes de la tristeza y todas esas cosas.

2

Calles, semáforos, avenidas, adoquines que nos vieron entrelazarnos una y otra vez en besos. Su sonrisa perdiéndose en la multitud del humo de la madrugada. Su piel reflejando la noche, la superficie desesperada. Su respiración y la mía, confundidas por el mismo viento.

3

Ahora las horas, cómplices en un momento y cadalso de otro. Horas como espacios vacíos y sin ruido hasta sus labios. Una montaña absurda de metros y soledades para llegar a sus ojos verdes.

4

Y sobre todo la memoria. Y ser capaz de que se haga un nudo en la garganta al pasar por una plaza. Porque está muy bien. Porque uno recuerda haber besado a una mujer en ese lugar. Y la memoria sabe, sabe a la perfección elegir el capítulo más hermoso. El mejor beso. El sentir su piel desnuda bajo mis dedos.

5

Solamente recordarla. Mientras se agiganta el día a mi izquierda y yo no quiero ver detenerse el reloj porque me he ido. Ni quiero que siga hasta volver a verla.

domingo, 1 de junio de 2008

Sosteniendo una pluma violeta

Tendria que decir tantas cosas una mañana como esta... Podria hablar de la forma que tiene para morderse los labios. Como sostiene el cigarrillo cuando fuma. Sus uñas preciosas. La timida seda de su piel recorrida por mis manos desesperadas. Los besos que se rompian en mil pedazos contra los adoquines, las esquinas y las colillas.
Incluso si recuerdo bien puedo sentir su boca ahora mismo. Pero no su boca, si no la sensacion de que su boca estuvo ahi. Mordiendo alrededor de la mia con infinito cuidado, besando, respirando.
Hasta hablar de sus manos seria posible en este fragor de lucha entre mi cansancio y las palabras que se escapan.
Pero mejor, mejor no decir nada y sosteniendo una pluma violeta en la mano derecha, cerrar los ojos y dormirse.