viernes, 29 de agosto de 2008

El poniente de los días y las noches

Cuando miro la mañana
se me desborda
un pedazo de pan entre los dedos.
La sonrisa de una mujer
y el sol que pega de lleno
en los ojos.
Tal vez un sueño,
decorados temporales del alba.
Pero qué importa?
Si podemos perdernos
en el delirio violeta
de las primeras luces.
Hasta que las manos
cansadas como de caer las hojas del otoño
finalmente
alcancen
el poniente de los días y las noches.

Espero

Desde más acá del crepúsculo
la niebla se vuelve más espesa.
Con mi silencio todo a cuestas
intento la travesía del sueño
y acaso
de la muerte.
Como chorreando por las paredes,
como la espuma de un vaso de cerveza que se desborda
por tan poco.
Sólo la breve inclinación.
Y sin embargo cuánto en esa sutileza.
Los pinos verdes del ocaso
reverberan toda la sombra última de la tarde.
La medianoche puede ser pronto una certeza.
Pero espero.

Me siento a recodar

Me siento a recodar
cada letra marchita que se hunde en el poniente.
Como un mensajero solo
a la deriva de la distancia.
Para decir tu nombre, todas las palabras
se vuelven inexactas.
Y yo me arranco lentamente la noche
de la piel ficticia
de esta helada que cae sobre los campos,
una lluvia de metamorfoseada nieve sudamericana.

En la otra orilla
están tus labios.
Y toda el ansia que entra en la botella de los días.

Así la oscuridad va dando vueltas despacio,
un trompo cansado
en el infinito patio del tiempo.

miércoles, 27 de agosto de 2008

La deriva de la noche

Tiro la colilla
y acierto de lleno
en la cortina blanca.
La brasa
se estrella sin sonido
contra el suelo
y miro un niño
que espero no se convierta
en alguien como yo.
Esta soledad es tan perfecta
como la mañana
cuando se descascara
en lentas horas
como humo de relojes.
La deriva de la noche
es toda mía
y no me alcanza.

domingo, 17 de agosto de 2008

Trash 6

Tu cuerpo sobre el mío
la tremenda desesperación
de tu sexo entre las sábanas.

En el cajón

Te traje
estas ramas secas
esta hojarasca.
Me diste el tiempo
en una botella
y tu mirada
cansada
de desengaño.

Aquí vengo a dejar mis manos
señorita.
En el cajón
que tenga el gusto de tus labios.

Tres latidos por pitada

Corazón
escucho la banda militar
en la plaza San Martín.
Respiro toda la tarde desde el horizonte.
No me pidas que cierre los ojos.
No puedo,
sangran.
Suspira el árbol marchito
lágrimas de cemento enrojecido.

Y no hay calma.

Solamente un corazón
y tres latidos por pitada.

Despedida

De pronto no pude volver a cerrar los ojos.
Sofía dormía como si nada al lado mío. Apenas se filtraba un poco de luz por debajo de la puerta.
Las inútiles luces de un domingo sin sangre, en la calma estúpida de los narcóticos. Y yo sabía todas esas cosas, que mi tiempo era breve, que el doctor, los estudios - todos hechos a escondidas de ella - Porque reconocerme enfermo y moribundo era debilidad.
No estaba dispuesto a negociar mi dignidad. Así que rehusé tratamientos e internaciones.
Al pasar el tiempo, algo así como seis meses desde que Alfredo me había dado su diagnóstico, empezaron los desmayos. Los llamo así, pero en ningún momento tengo pérdida de conciencia, solamente me veo imposibilitado de cualquier tipo de reacción motriz. Mi cuerpo, no se paraliza contraído, espásticamente sino que se detiene en seco. Una huelga repentina de mis músculos que se niegan a hacer actuar los desesperados impulsos eléctricos desde mi cerebro que intenta evitar lo que sin duda será un viaje sin escalas al piso.
Entonces lo siento otra vez, desde los tobillos hacia arriba todo se va apagando, y no puedo gritar, ni pestañar, ni agitar los brazos.
Sofía empieza a preocuparse, dice que tendría que ver a un doctor, pero yo con mi testarudez acostumbrada respondo que debe ser la presión baja y este calor y humedad horribles. Por lo pronto, trato de consumir drogas la mayor parte del día, para evitar el dolor que empieza a sentirse como un ejército de cucarachas devorándome las entrañas.
A veces siento mucho frío, entonces me aprieto el brazo e introduzco suavemente la aguja. La sensación es tan dulce cuando la siento subir por mis venas hinchadas y podridas. Aunque sonrío. Sonrío con una sonrisa estúpida y caigo de costado, apenas con el tiempo suficiente para desprenderme la jeringa vacía del brazo.
Hoy cuando me desperté, Sofía estaba hablando por teléfono y lloraba. No le di mucha importancia y me volví a dormir. Después de todo, es sólo un tiempo más el que me queda.
A veces lamento el dejarla sola tan pronto. Justo cuando parecía que podíamos llegar a estar tan bien. Ella que seguía trabajando maravillosamente con su cámara, y yo que pude vender unos libretos de teatro bastante mediocres a precios razonables.
Ya no puedo escribir, casi un párrafo por semana de esta página sucia que va registrando los pocos momentos lúcidos que me permito para anotar mis ideas cada vez más vagas y más lejanas de todo lo que ayer me rodeaba como una guirnalda fatal.
Alfredo me dijo hoy que la metástasis es casi total. Así que hay que apurarse. No quiero que Sofía me vea como una planta que se va quedando de a poco sin hojas.
Me acuesto boca arriba por un momento, miro las manchas de humedad en el techo. La luz amarilla del único foco de la pieza es una iluminación acorde con este momento.
Sofía esta sentada en un rincón, con la cabeza entre las rodillas.
No le veo la cara desde donde estoy. El pelo negro y lacio le cubre el rostro por completo. De vez en cuando, una pequeña mano se pierde en ese laberinto negro.

Sofía se levantó, miró a Daniel a los ojos y le dijo que Alfredo ya le había contado todo. Daniel la miró sorprendido, tal vez alcanzó a levantar la mano derecha para cubrirse cuando el calibre 38 detonó frente a su rostro y todo se apagó despacio con ese olor a pólvora del aire y la sangre caliente que le manchaba la camisa gris.

jueves, 14 de agosto de 2008

Pensando

Estoy pensando
mientras por la ventana
miro jazmines.

miércoles, 13 de agosto de 2008

Haiku

Todo el invierno
yéndome a la deriva
de los recuerdos.

Vuelan los calendarios

Se me vuelan los crepúsculos
las fechas
los calendarios cargados
de días sin tu nombre
en la cocina
en el espejo del baño
mi mirada fija
incesante.

Moneda de tres caras

Me siento una gota en el viento,
un racimo inmenso
de oleadas oscuras
de soles que queman en las manos,
de laberintos,
sinusoides
y el revés absurdo
de una moneda de tres caras.

martes, 5 de agosto de 2008

Te buscaron mis ojos en la plaza
y me llevé la boca cargada de silencio.

(Pero cómo el beso de una mujer puede cambiárlo todo.)

Mirando la calle

Estuve un buen rato sentado en el banco.
Pasaron chicas feas, chicas lindas.
Chicas gordas, chicas flacas
Y no pensé en vos.


Y me sentí amplio
como un eucalipto
mirando la calle.

domingo, 3 de agosto de 2008

Las palomas en el cable del teléfono

La forma en que Ana iba a ejecutar su propia muerte, no parecía importarle esa tarde.
Abrió las ventanas, estiró el cuello hasta sentir el viento del noveno piso en su naricita fría.
Arriba de la mesa de luz, estaba el cenicero repleto de lágrimas grises que simulaban ser colillas y ceniza.
Mientras se vestía miraba el espejo, sus ojeras, el maquillaje de la noche anterior como una máscara rota después de la fiesta de disfraces.

Ana tenía veintisiete años en la espalda. Por poco que se notara, la sonrisa se le asomaba al pensar que la suma daba nueve.

El sol la tomaba por los hombros y el verde de la plaza abrazaba sus tobillos. El respaldo del banco sostenía entonces su pequeña espalda.
A lo mejor la risa era sustancia celeste, como le gustaba decir, en tardes que ya no se parecían a esta, por final y pensada desde hace tanto.
Respiró todo lo que pudo y volvió al departamento, después de jugar con los infaltables perros que dominaban el lugar.

Ya en el sillón, miraba en silencio su vaso de whisky, atrás un disco viejo le traía esas guitarras del Flaco en los 70s. Todas repeticiones de un instante, pensó, haciendo sonar el hielo al dejar el vaso ahora vacío sobre la mesa de vidrio.

Apretó la colilla en el cenicero limpio y reluciente. Subió el cierre de su vestido rojo. Se miró al espejo.
Sin furia, sin tristeza, sin felicidad fingida y simplemente en calma, dobló su dedo índice hacia dentro.
Y el estruendo final, hizo que volaran las palomas que estaban posadas en el cable del teléfono.

sábado, 2 de agosto de 2008

No puedo alcanzarte

De nada sirve, lo se.
Diluir la tinta espesa del recuerdo
con la espuma agria y repugnante
de una cerveza caliente.

Y que yo mire a la distancia
por calles que otra vez...
Pero qué importa,
si al final...
El recuerdo sigue como un tatuaje mal hecho.
Y yo no puedo alcanzarte
aunque estire los brazos.

viernes, 1 de agosto de 2008

Silbando un tango viejo

Para que servirá que recuerden mi nombre
los bancos de una plaza con palmeras?

Las servilletas dobladas de la tarde
se van muriendo una detrás de la otra.

Y yo me reconcilio con las paredes
que se empeñan en reflejar
mi cara de espantapájaros atropellado.

Serpenteando el arrabal
la vi a mi sombra un día
silbando un tango viejo,
al pasar un árbol.

La tarde que cerraste la puerta

Alguna vez una sonrisa manchó el verde musgo de la tarde idiota que me devolvia la ciudad. Yo bajaba siempre por las mismas calles, con el mismo contrapunto de silencio en la boca y el pucho rendido de humear entre mis dedos.

Y sin embargo
aquella luz fluorescente
de las carnicerías
se empeñaba en dos guiños cómplices
por encima
de la carne mutilada y sanguinolenta.

Cerca del río es donde se respira el mejor aire. Con olor a monte y agua dulce. Los ríos me recuerdan el tiempo, indudablemente, desde aquél filósofo a esta parte.

Quisiera arrancarme los ojos despacio
para no ver ni las estrellas
ni la noche
ni el hueco
ni los papeles desordenados
la tarde que cerraste la puerta.